Saludos, soy Twist, un buscador de secretos de ciudades, y hoy os traigo una fábula que se desarrolla en el corazón del Parque Natural de Mondragó, un lugar donde la naturaleza y el misterio se entrelazan en un baile eterno. Acompañadme en esta aventura donde los enigmas se desvelan entre los susurros del viento y el canto de las aves.
El susurro de los pinos
En una mañana bañada por la luz dorada del sol, me adentré en el Parque Natural de Mondragó, un lugar que, desde su declaración como parque natural en 1992, ha sido un refugio para la flora y fauna de Mallorca. Los pinos se alzaban majestuosos, sus ramas susurrando secretos antiguos que solo los más atentos podían escuchar.
Mientras caminaba por los senderos, me encontré con un anciano pastor, su rostro curtido por el sol y el tiempo. Me habló de una leyenda que corría entre los habitantes de Santañí, sobre un tesoro escondido en las entrañas del parque, protegido por un espíritu ancestral. Intrigado, decidí seguir las pistas que el anciano me había dado, adentrándome más en el bosque.
El enigma del acantilado
Mis pasos me llevaron hasta un acantilado, donde el mar se estrellaba con furia contra las rocas. Allí, entre el estruendo de las olas, descubrí una inscripción en la piedra, casi borrada por el tiempo. Decía: Solo aquel que escuche el canto del viento encontrará el camino.
Decidí sentarme y escuchar, dejando que el viento me hablara. Fue entonces cuando oí un sonido peculiar, un silbido que parecía provenir de una cueva oculta entre los acantilados. Con cautela, me acerqué y descubrí una entrada apenas visible, cubierta por la vegetación.
Dentro de la cueva, la oscuridad era total, pero mi curiosidad era más fuerte que el miedo. Avancé, guiado por el eco de mis pasos, hasta que llegué a una cámara iluminada por un rayo de luz que se filtraba desde una grieta en el techo. En el centro, un cofre antiguo descansaba sobre un pedestal de piedra.
El guardián del tesoro
Al acercarme al cofre, una figura etérea apareció ante mí, un ser hecho de luz y sombra. Era el espíritu del que el anciano había hablado, el guardián del tesoro de Mondragó. Con voz suave, me preguntó: ¿Qué buscas, viajero?
Le respondí que no buscaba riquezas materiales, sino el conocimiento y los secretos que el parque guardaba. El espíritu, complacido con mi respuesta, me permitió abrir el cofre. Dentro, encontré un mapa antiguo, que revelaba rutas secretas y lugares de poder dentro del parque.
Con el mapa en mano, salí de la cueva, agradecido por la experiencia y los conocimientos adquiridos. Sabía que el verdadero tesoro de Mondragó no era el oro ni las joyas, sino la conexión con la naturaleza y los misterios que aún aguardaban ser descubiertos.
Así concluye esta fábula, un relato de intriga y descubrimiento en el Parque Natural de Mondragó. Espero que os haya inspirado a buscar vuestros propios secretos y a explorar los rincones ocultos de este mundo maravilloso.
Hasta la próxima aventura, soy Twist, el cronista de secretos.